miércoles, 13 de junio de 2012


 DETERMINISMO E INDETERMINISMO
Los términos determinismo e indeterminismo revisten en filosofía significados múltiples, conforme a los diversos modelos de determinación e indeterminación que puedan darse. Existe un determinismo físico, según el cual las leyes que rigen el mundo corpóreo son invariables. Hay también un determinismo psicológico, cuyos defensores sostienen que todos los fenómenos, incluso los referentes a la libertad, están, en última instancia, condicionados de un modo ineluctable. Existe igualmente un determinismo sociológico para el que el desarrollo de la sociedad, y por ende del individuo que en ella se inserta, están regidos por una serie de leyes y de situaciones históricas, ambientales, económicas, etc. Otro modo de determinismo es el ético-moral. Y finalmente se habla del determinismo metafísico o teológico, llamado también fatalismo. Hay que tener presente que estas diversas clases de determinismo difícilmente se hallan en estado puro en los diversos pensadores que los profesan. Generalmente vienen entremezcladas. Por eso cada uno de los modos indicados de determinismo son generalizaciones tendentes a precisar mejor sus sentidos.
II. TIPOS DE DETERMINISMO EN LA ACTUALIDAD.
Frente al determinismo rígido, defendido por la práctica totalidad de los científicos y filósofos de la ciencia de tiempos anteriores, a principios del presente siglo van surgiendo teorías que lo contravienen; tales son: la teoría cinética de los gases y la de los cuantos de M. Planck. Pero ellas no fueron más que los primeros pasos de la gran revolución que va a suponer W. Heisenberg con su principio de incertidumbre, siguiendo las huellas de su maestro N. Bohr. En síntesis y con palabras de su discípulo W. Strobl, puede formularse así: «Aun cuando conociéramos todos los actos de un estado actual del mundo en que vivimos..., sin embargo los estados futuros no podrán calcularse como hechos ya consumados, o predestinados, sino tan sólo halos de inclinación hacia una mayor o menor probabilidad»10. La razón de ello es que resulta imposible determinar en cada caso, con precisión, la velocidad y la posición de las partículas elementales, de las que depende el comportamiento de la realidad corpórea. Esta indeterminación es representada por la fórmula p. q><h/4pi. En la fórmula, p representa la «coordenada instantánea del momento», q «la coordenada de posición», mientras que h representa la constante de Planck;  p es el coeficiente de desviación del valor medio de un instante dado, y q el coeficiente de desviación del valor medio de la posición. Ello significa que no se puede determinar al mismo tiempo, y con total exactitud, la velocidad y la posición de una partícula en un momento dado. Porque, cuanto más exactamente se determinase la velocidad, tanto menos se podría determinar su posición y viceversa11.
Como se puede apreciar, las pretensiones deterministas de la física clásica se vienen abajo ante el principio de incertidumbre; pero no sin reticencias por parte de algunos científicos, entre los que cabe destacar a A. Einstein. El mismo Heisenberg relata las largas y acaloradas discusiones que sostuvieron con el creador de la teoría de la relatividad él mismo y su maestro N. Bohr. El congreso de físicos, celebrado en Solvay (Bruselas), en 1927, hizo de este tema el objeto principal de discusión. Después de varios días de diálogo, Einstein no se convenció de la racionalidad de la teoría indeterminista; y a cierto punto, un tanto inquieto, dijo: «El buen Dios no juega a los dados». A lo que Bohr replicó: «Pero no es asunto nuestro prescribir a Dios cómo tiene que regir el mundo»12. L. de Broglie testimonia también el rechazo de Einstein al indeterminismo, al escribir: «Einstein, profundamente hostil a la interpretación probabilista, le oponía inquietantes objeciones que N. Bohr trataba de superar con sutiles raciocinios»13. El mismo de Broglie se muestra un tanto disconforme con el indeterminismo, recurriendo para explicar la incertidumbre de los fenómenos microfísicos a parámetros ocultos, tratando de dar la mano al mismo tiempo a Bohr y a Heisenberg. Para él, las «incertezas que nos impiden establecer un determinismo causal de los fenómenos en la escala cuántica serían debidos, entonces, solamente a la ignorancia en que estamos acerca del valor exacto de esos parámetros ocultos».
Con motivo de la teoría indeterminista de Bohr y de Heisenberg, ciertos pensadores han sacado unas consecuencias injustificadas, si la teoría se toma en su auténtico sentido; y llegan algunos a pensar que el principio de causalidad carece de valor, incluso se ha pretendido negar valor demostrativo a las pruebas racionales de la existencia de ->Dios, que, como se sabe, se fundan, las más importantes, en ese principio14. Sin embargo, la teoría indeterminista, bien entendida, no conlleva tales consecuencias. La imposibilidad de determinar cuantitativamente las coordenadas de un efecto, no prueba que se produzca sin causa. A este respecto ha escrito Strobl: «En la nueva física no hay ni determinismo ni indeterminismo. Sigue manteniéndose tanto la determinación por leyes como por causas eficientes». Esta es la concepción del mismo Werner Heisenberg, autor de las relaciones de indeterminación e incluso de indeterminismo15. Es más, aun cuando las leyes referentes al comportamiento de las partículas sean estadísticas, si no hubiera cierta regularidad en él, la Física no sería posible como ->ciencia. Así piensan, entre otros, los premios Nobel L. de Broglie, Max Planck y Max Born.
Como hemos visto, los materialistas, panteístas y fatalistas suponen el Universo, y cada uno de los seres que lo integran, sometidos a leyes inexorables y perfectamente determinables. En estos sistemas no queda lugar para la libertad humana. Pero en los dos últimos siglos han surgido varias escuelas de psicología que han llegado a la misma conclusión, profesando un determinismo psicológico. Así para los freudianos, todos los actos psíquicos tienen su razón de ser en su fuerza motora, en los impulsos y, muy particularmente, en la libido. De modo parecido el conductismo, iniciado por J. B. Watson a principios de este siglo, defiende también un rígido determinismo psicológico. Watson ha pretendido elaborar una psicología humana sobre el mismo modelo que la animal. Para él todos los procesos psíquicos son reacciones condicionadas por los diversos estímulos. Por ello el conductismo, llamado también behaviorismo, constituye una mezcla de zoopsiquismo y de mecanismo.
Hay, por contra, un determinismo psicológico que, lejos de anular la libertad, la explica. Efectivamente, todo acto libre se deriva, en última instancia, de una apetencia necesaria; tal es la apetencia del ->bien en general. Todo lo que se presenta como bien, y por lo mismo que se presenta como tal, atrae necesariamente la voluntad. Dada esa apetencia básica, la libertad se ejerce acerca de los medios que conduzcan no necesariamente a lo que es aprehendido como bien. Sin esa apetencia necesaria, fundamental, la libertad no se ejercería. Así, la determinación del bien absoluto y de los mismos medios necesarios, ejercen una determinación absoluta sobre la voluntad. Por contra, respecto de los medios no necesarios, se halla indeterminada y con potencia de autodeterminarse. Defienden este determinismo psicológico, todos los filósofos y teólogos de corte tomista, con el Doctor Angélico a la cabeza.
Emparentado con el determinismo psicológico, se ha dado en la historia del pensamiento un determinismo moral. Este tiene su base en el determinismo intelectual y su expresión en la voluntad. En general, los filósofos griegos se muestran optimistas respecto de los poderes de la razón. Quien se pone en presencia del ser no puede menos que conocerlo; y el bien obra de tal manera que, una vez conocido, actúa de un modo absolutamente determinante sobre la voluntad, que no puede menos de perseguirlo o practicarlo16. De ello se sigue que, para Sócrates, no puede haber una falta moral. Quien realiza algo malo, lo hace por ignorancia y, por lo tanto, involuntariamente. Y el sujeto de esa falta no debe ser castigado, sino instruido17.





La tradición hedonista

- Epicuro de Samos, al responder a la pregunta "¿cómo podemos ser felices?", inició otra tradición ética: la hedonista (de hedoné, placer). Esta tradición se asienta sobre tres puntos que ya Epicuro señaló: - Todos los seres vivos buscan el placer y huyen del dolor. Por tanto, el móvil del comportamiento animal y humano es el placer. - La felicidad consiste en organizar de tal modo nuestra vida que logremos el máximo de placer y el mínimo de dolor. - Precisamente porque se trata de alcanzar un máximo, la razón moral será una razón calculadora.

- El hedonismo epicúreo es individualista (se trata de lograr el mayor placer individual). Sin embargo, en la Modernidad, el hedonismo se convertirá en social y recibirá el nombre de utilitarismo.

- El utilitarismo considera que los seres humanos estamos dotados de unos sentimientos sociales, cuya satisfacción es fuente de placer. Entre ellos está el desimpatía (capacidad de ponerse en el lugar de cualquier otro, sufriendo con su sufrimiento, disfrutando con su alegría), que nos lleva a extender a los demás nuestro deseo de obtener la felicidad. El principio de la moralidad es entonces "la mayor felicidad (el mayor placer) para el mayor número posible de seres vivos" y funciona a la vez como criterio para tomar decisiones racionales.

John Stuart Mill, uno de los grandes defensores del utilitarismo


Bioética / Etica y Moral

La Bioética no es sencillamente «Ética», por ejemplo, una rama de la Ética que se ocupa de la vida, o una aplicación de la Ética a la vida. Pues con este género de respuestas nada logramos aclarar en realidad. ¿Acaso la Ética no se ocupa siempre de algo que vive? ¿Y dónde podrá aplicarse la Ética si no es a algo que está viviendo? Si se agrega: la Bioética es la Ética aplicada a la vida tal como es tratada por los médicos, es «aplicación de la Ética a la Medicina» (Biomedicina), tampoco con ello damos más allá de dos pasos.
Primero, porque hay muchas cuestiones que ocupan a la Bioética y que no pertenecen al campo de la Medicina (ni siquiera al campo de la llamada Medicina social), porque son cuestiones estrictamente políticas (por ejemplo, las que tienen que ver con la planificación y el control de la natalidad) o ecológicas (por ejemplo, las que tienen que ver con la destrucción masiva de las especies vivientes en la biosfera) o biológicas (por ejemplo, la cuestión de la clonación). Segundo, porque la Medicina, en tanto que es un arte o una praxis, no es «Ética aplicada» sino Ética fundamental y originaria, si por Ética entendemos, atendiendo a una larga tradición, y a la propia etimología del término, la actitud práctica orientada hacia la conservación de la salud de los cuerpos humanos, es decir, a la transformación de los cuerpos enfermos en cuerpos sanos (o del cuerpo sano en cuerpo sano); pero no a las transformaciones recíprocas que, sin embargo, interesan también a la Biología científica, que, por ello, entra en conflicto constante con la Medicina. [259-260]
La Bioética no es, por tanto, Ética, de modo exclusivo; es también Moral (si «Moral» equivale a todo cuanto se refiere a las normas que presiden a un grupo humano dado entre otros grupos), es decir, «Biomoral»; y es Biopolítica, e incluso, según algunos, Biopraxis en general, es decir, control de la biosfera, en la medida en que ello sea posible. La Bioética no se deja reducir ni a la Ética, ni a la Moral, ni a la Política, ni al Derecho... aunque los problemas de los cuales se ocupa sean problemas éticos, o morales, o políticos, o jurídicos... Pero son problemas que, aunque semejantes a los que tradicionalmente se planteaban, han de experimentar un replanteamiento nuevo. Y esto en función de las grandes novedades que caracterizan a nuestro presente. Podemos dibujar estas novedades desde dos frentes (que, por otra parte, están en profunda interacción mutua). [444-480]
En primer lugar, el frente constituido por el desarrollo demográfico, social y político, tal como ha ido decantándose una vez concluida la Segunda Guerra Mundial. Una población de casi seis mil millones de hombres, estratificada en «mundos» muy desiguales y en conflicto permanente; y una tendencia de los países más desarrollados (los del «primer mundo») hacia las formas de una sociedad democrática de mercado, una sociedad libre (en el sentido capitalista), una sociedad concebida como «sociedad de consumidores». Un concepto que incluso ha llegado a recubrir el concepto tradicional de paciente o enfermo: el enfermo llegará a ser ante todo un consumidor o usuario de servicios médicos o de medicamentos. En segundo lugar, el frente constituido por todo lo que tiene que ver con el desarrollo científico (muy especialmente, con el desarrollo de la Biología y de la teoría de la evolución) y tecnológico (muy especialmente con lo que llamamos biotecnologías). Es bien sabido que la explosión demográfica de los últimos siglos no hubiera podido tener lugar al margen de la revolución científica y tecnológica.
Es de la confluencia de estos dos «frentes» de donde ha surgido el punto de vista bioético. Pues esta confluencia ha determinado la aparición de situaciones nuevas, que desbordan ampliamente las fronteras de la ética, de la moral, de la política, del derecho, de la medicina o de la biología tradicionales. Ingeniería genética, avances espectaculares en tecnologías quirúrgicas, diagnósticos precoces de malformaciones en el embarazo (que obligan a intervenir sobre el feto en circunstancias que la ética o la moral tradicionales no tenían previstas); y otro tanto se diga respecto de las técnicas de la clonación, trasplantes de órganos, problemas de crioconservación, efectos ecológicos, &c. El conflicto entre las exigencias de una investigación científica, de una «Biología pura», y los intereses ligados a la vida de los individuos o de los pueblos (o de las especies vivientes en general), que podría presentarse en formas muy débiles en la antigüedad, en la edad media, y aún en la edad moderna, ha estallado con toda su fuerza en nuestro presente contemporáneo. La Bioética (y la bioética) aparece precisamente en esta coyuntura en la cual la vida humana se nos presenta desde luego como una parte integrante de la biosfera, pero una parte que ha alcanzado la posibilidad de controlar, si no «el todo», sí importantes regiones suyas, alcanzando muchas veces el poder de decisión sobre alternativas nuevas que se abren y que desbordan los límites de la misma ética y aún de la misma moral. El nombre mismo de «Bioética» comienza ya siendo engañoso, al sugerir que todos los problemas que bajo tal rótulo se acumulan, son siempre «problemas éticos» (sólo si el término Bioética se interpreta como una sinecdoque, pars pro toto, sería posible mantenerlo con un mínimo rigor)